“Las realidades de la transición energética en el mundo y el imaginario del populismo energético nacional”, así titula un artículo Roberto Dobles - Ministro de Ambiente, Energía y Telecomunicaciones de Costa Rica - publicado el pasado 28 de agosto en La República, un reconocido portal del país centroamericano, del cual tomo el siguiente aparte que sirva como epígrafe al presente escrito, donde trataré de resumir algunas de mis modestas opiniones sobre la transición energética, el gran debate que hoy convoca en todo el mundo, además de los ambientalistas, a científicos, ingenieros y economistas expertos en energía, entre otros.
“Las realidades son las que existen, nos gusten o no, y tenemos necesariamente que buscar prosperar dentro de un entorno complejo y cambiante determinado por realidades. Las políticas públicas, incluyendo la política energética, deben estar basadas en realidades y no en dogmas sin ningún sustento y en sentimientos emocionales sobre lo que se desea como realidad”. Parece que muchos ideólogos y activistas pretenden desconocer que la realidad también existe.
Por mi parte agregaría que confió más en las lecciones de la historia que en las predicciones de los visionarios, por más iluminados que se consideren. Ni el carbón, que empezó a consumirse masivamente con la Revolución Industrial a finales del Siglo XVIII acabó con la explotación de los bosques para utilizarlos como madera y leña (la madera se sigo usando masivamente para la fortificación de las minas y la leña como único combustible asequible para muchas comunidades pobres del tercer mundo), ni el petróleo suprimió el uso del carbón (piénsese no más en los grandes tonelajes de coque, requerido para la producción de acero en oleoductos y gasoductos), ni las energías solar y eólica van a acabar con el consumo del petróleo, ni mucho menos con el gas natural. ¡La Edad de Piedra terminó hace muchos milenios, y ahí siguen las piedras!
La transición es, por su misma naturaleza, un proceso integral y evolutivo de la matriz energética (energías renovables y no renovables) que progresa continuamente hacia un conjunto de fuentes de energía que proporcionan permanentemente un mayor valor a la sociedad (costos bajos y competitivos internacionalmente, mayor seguridad energética, menores emisiones de gases de efecto invernadero, mayor abundancia energética, flexibilidad en su producción, transporte y uso, etc.).
La transición energética hacia las energías renovables no convencionales (ERNC), en la cual creo y apoyo de manera decidida, tendrá que basarse en los combustibles fósiles, en especial en el gas natural. Esta tesis es la que he venido sosteniendo en varios de mis recientes artículos, en especial en el titulado “Mitos y realidades de la transición energética”
Los datos sobre la realidad del estado actual de la transición energética, así como las predicciones sobre su evolución en el corto plazo muestran que las energías solar y eólica junto con el gas natural están creciendo más rápidamente que todas las otras fuentes de energía, y que se perfilan como los futuros líderes de la transición energética. En este escenario Colombia cuenta con grandes fortalezas que es necesario aprovechar.
En primer lugar, el gran potencial de energías eólica y solar de nuestra Costa Caribe, en especial del Departamento de La Guajira, así como en otras regiones del interior del país, a lo cual se suma el potencial gasífero de nuestra región Caribe (áreas continental y costa afuera) y del valle medio del Magdalena, entre otras. A esto hay que sumar la institucionalidad representada por Ecopetrol, junto con Petrobras, la empresa petrolera estatal más visionaria de América Latina en la planificación de la transición energética, que se ha estado diversificando durante los años recientes, como lo demuestra el hecho de que casi una cuarta parte de sus inversiones durante el presente año se destinarán a la producción de hidrógeno, las energías renovables y la transmisión de electricidad.
Soy un convencido de que el hidrógeno va a ser la energía limpia del futuro, que resolverá de manera definitiva el problema energético mundial, en especial de nuestro país, rico en agua y en energías renovables. Grandes desafíos tendremos que afrontar para avanzar hacía una transición energética justa, pero contamos con bienes naturales (mal llamados recursos), así como robustas institucionalidades energética y académica, que debemos aprovechar y fortalecer. Una transición energética justa, por otro aspecto, exige resignificación del desarrollo y cambios radicales en nuestros hábitos de consumo, la nueva cultura que se está impulsando hoy en el mundo, el llamado Ecohumanismo que se compendia en el Contrato Natural propuesto por Michel Serres, al cual me he referido en anteriores escritos.
Si queremos cambiar el mundo tenemos que empezar por cambiarnos nosotros mismos. No basta con tener todos los bienes naturales para una transición energética justa, es necesaria una clara y fuerte acción política por parte de nuestra dirigencia nacional, de los gremios y de la opinión ilustrada, que permita poner en marcha una transición energética justa, concebida como una política de estado, liberada de populismos e ideologismos.