En varias columnas he venido sostenido que, para una transición energética sustentable, además de acciones gubernamentales y colaboración de organismos multilaterales, es necesario una gran transformación de nuestras conductas hacia los valores de la naturaleza, la nueva cultura que pregona el Ecohumanismo.
En un reciente Encuentro Sinodal celebrado en la Santa Sede por el papa Francisco con rectores de universidades latinoamericanas y del Caribe, públicas y privadas, para motivar a la academia a “organizar la esperanza” mediante la institucionalización de cátedras curriculares y programas de extensión a las comunidades, orientados a desarrollar prácticas para el cuidado de la Naturaleza, nuestra Casa Común. Como introducción al Encuentro el papa Francisco recordó su mensaje dirigido a la V Jornada Mundial de los Pobres de noviembre 2021, toda una pedagogía dentro del espíritu de la “Encíclica Laudato Si” el cuidado de la Casa Común, que reclama un hombre nuevo educado para enfrentar la crisis relacionada con el Cambio Climático (que prefiero llamar el Cambio Global), mensaje que en uno de sus apartes se refiere a la construcción de la esperanza en los siguientes términos:.
“No sirve hablar de los problemas, polemizar, escandalizarnos, esto lo saben hacer todos. A nosotros nos toca organizar la esperanza, traducirla en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común”.
En un artículo publicado en setiembre de 2017 en la Revista Virtual Argentina “Conversaciones de Coaching”, Juan Vera Gil precisa que para construir esperanza se necesita coraje, disciplina y humildad: “Requerimos recuperar esos tres valores, enseñarlos en las escuelas, convertirlos en pautas de nuestras vidas. Así de difícil y así de simple”.
Construir el sólido camino para la esperanza con base en: 1) Humildad para reconocer que estamos llevando al mundo a la ingobernabilidad y a la desesperanza; 2) Coraje para emprender un largo trecho lleno de escollos y 3) Disciplina para que las discusiones y concesiones mutuas nos permitan acuerdos consensuados para lograr avanzar con las acciones pertinentes. Todo ello con mucho amor a la vida, a la especie humana que representamos y al universo que nos acoge.
No hay una respuesta cierta y única para lo complejo, como lo es el cambio del actual modelo de desarrollo y paradigmas que enmarcan nuestras relaciones sociales y conductas ante los valores de la Naturaleza, que nos exige la amenaza del Cambio Global. Tal vez a lo complejo hay que responder desde lo simple y ello requeriría algo tan escaso como la grandeza y mucha prudencia.
Podría ser que encontremos el camino en un nuevo estado de conciencia, a través del cruce de las tecnologías, la neurociencia y la biología, puede ser mediante una comprensión más colaboradora de las energías y los conocimientos o puede ser, como plantea Yuval Harari, creando una nueva ficción que nos lleve a construir un nuevo estadio de convivencia posible en el que todos, o por lo menos la mayoría, creamos.
Lo que sí sabemos es que el desencanto y la desesperanza nos llevan a la pasividad y desde ahí no se construye un mundo nuevo; lo que sabemos es que, desde esa emocionalidad, la imposibilidad emerge como un infranqueable obstáculo. Como dijo San Clemente de Alejandría: “Si no tienes esperanza, nunca encontrarás lo que hay detrás de la esperanza”, no llegaremos a construir el mundo posible para una especie que ha llegado a creerse dueña del universo.
Requerimos de acción y de firme voluntad para crear ese mundo nuevo. Requerimos, ante todo de coraje. Rechácenos la desesperanza. “Si no tienes esperanza no empecemos, si no estás dispuesto a abrir tu ventana a la posibilidad de un cambio, no empecemos, si ya has decretado que va a ser imposible, no empecemos”.
Confiemos en que nuestra civilización sea capaz de construir un mundo mejor para todos. Trabajemos en reducarnos para el denominado Buen Antropoceno, un Antropoceno que utilice la ciencia y la tecnología para “vivir como Naturaleza” y donde la política vuelva a escribirse con mayúscula. “Construyamos muchas esperanzas. Tal vez algunas de ellas puedan ser consideradas utopías, pero están en mi horizonte y como dice Eduardo Galeano cuando se pregunta ¿Para qué sirve la utopía? La utopía sirve para caminar, para no abandonar nuestros sueños”.
La esperanza no nos llega como si fuera un don gratuito, la elegimos, la construimos. No es una emoción, es un estado de ánimo que se deja atraer por la posibilidad frente a la imposibilidad, que elige el bien, la vida, la abundancia, la transformación, la responsabilidad, la acción, frente a sus opuestos. “Una sociedad, como un ser humano, no puede tener esperanza sin sueños y sin propósitos. No tenemos propósitos porque tenemos esperanza, tenemos esperanza porque tenemos propósitos y la determinación de lograrlos”.
P.S. El mensaje de esperanza del papa Francisco y del citado articulista Juan Vera va dirigido especialmente a los jóvenes; sin embargo un octogenario, como el autor de estas líneas, también se considera su destinatario.