Por: Tomás Castrillón Oberndorfer
Como en los relatos clásicos de las novelas románticas de aventuras, cuando reaparece el malo del cuento a protagonizar sus pilatunas, y el héroe tiene que saltar a la palestra a defender a la heroína de la historia, al volverse a presentar una temporada invernal, esta reaparece trayendo consigo una gran cantidad de amenazas y anomalías que afectan muy adversamente a la comunidad, debido principalmente a la falta tradicional de la previsión necesaria. Entonces cabe preguntar a la manera del Chapulín Colorado “¿quién podrá defendernos?”.
Esto, pone de relieve una circunstancia nefasta y es que, en términos generales, se carece de las defensas preventivas necesarias para mitigar las consecuencias del ataque invernal.
Nuevamente, se presentan las pérdidas de las cubiertas de las construcciones sobre todo en las viviendas populares, los denominados “destechamientos”. Asimismo, ocurren numerosas fallas de obras de infraestructura, como ocurre con el colapso de los puentes debido a las socavaciones de sus bases, la falla de los sistemas de abastecimiento del agua tratada por el colapso o colmatación de las obras de captación y conducción, y, asimismo, la insuficiencia de la adecuada conducción y tratamiento de las aguas lluvias y las servidas.
Esta situación, a pesar de que se presenta repetidamente, no es casual y pone en evidencia la circunstancia de que se falla mucho en la verdadera prevención.
No es una casualidad y, aparentemente, tiene origen en la manera de actuar de las autoridades encargadas constitucionalmente, de velar por el bienestar de la comunidad.
Es así como José Guillermo Ángel, un reconocido columnista del diario local, recientemente se refirió bajo el titular “Sobre mal mantenimiento urbano”, a las evidentes limitaciones que ha traído el crecimiento urbanístico de la ciudad de Medellín, con una motivación clara ocasionada por recientes inundaciones debidas a fuertes aguaceros.
En primer término, el columnista manifiesta que las causas se extienden a la misma planeación y ejecución original de las obras de infraestructura refiriéndose a “planeadores urbanos que ofrecen más teorías que posibilidades de construcción”, quedando la percepción de que claramente hace referencia al desarrollo urbanístico descontrolado.
Específicamente se refiere también a: “Aguaceros que inundan las calles y construcciones debido a obras mal construidas, políticos que prometen arreglar con palabras planes de gobierno que no se cumplen”. Y más adelante agrega que: “Frente a esto, los que hacen el mantenimiento sin dar abasto, los que ponen los asuntos claros pero no los oyen, los que ofrecen soluciones viables pero no están en la rosca, los que saben que la ciudad es como una casa que si no recibe mantenimiento se cae”, dando a entender que en el manejo de la cosa pública, “¡No son todos los que están ni están todos los que son!”.
En general, es preciso reconocer que una vez desarrolladas las obras de infraestructura, presuponiendo que su desarrollo se hizo de acuerdo al estado de la ciencia, la experiencia y el conocimiento, y de la mayor importancia según las normas vigentes, estas requieren inspecciones y seguimientos permanentes para verificar el correcto funcionamiento y que, además, al presentarse algún tipo de anomalía, o por el simple desgaste, o el mal uso, requieren las intervenciones pertinentes.
El colapso presentado el 6 de noviembre, en las vías de comunicación en el norte de la ciudad de Bogotá, no es casual sino que manifiesta la realidad de los asertos presentados en este escrito.